La Niña: Escucha, pulcro demonio, lo que se escurre tras mi cuerpo. Todo lo hago por mí, una desolada niña con una desolada visión.
Discurro sobre esta desplomada y lisa alfombra bajo mis pies, la que me desliza entre realidades
Mis acólitas manchas, las hago tuyas, resaltan mi piel dormida, rampando en mi alma ¡Dios! ¡Son un mar en mi extravío! ¿Acaso eres deformidad en todas mis máculas? Donde ellas habitan, yo surjo. Las miro, mi más allá no está en la muerte, se sienta frente a mí, entre parálisis.
No te desprecio en el tiempo por tus páginas vacías, perdidas y oscurecidas entre mi hojarasca rebelde, rasgándose con mis pasos, escondido vergel entre gotas de impaciencia, entre dos mentiras, escúchalas, allí hay más luz que miseria, más viento que tristeza.
Te siento, tu incipiente sonido me roza, descalabrándome en el frío hueco de tu abismo, dulces palabras, un nido y sensaciones. Nada abre las puertas al imperfecto título de mi muerte, que tú me difuminas. Coexiste con mi tentación. Nadie parece verme ¿acaso he existido?
Dios duerme en las aceras como un vagabundo, y yo agarrada a la mano de su historia, en el brizno de su amor. Me escondo, el miedo es la forma de mi cuerpo en esta vida, siquiera el olvido lo reconoce .
Y tú cruzas por ella como si cruzaras un perverso paisaje.
Aquí, sobre esta tierra en la que permuto a diario, donde yo descanso, algo me asustó, me vence una luna detrás de otra, todas ellas me han vencido...
Demonio: Poseo la llave extensa y en mis manos tu dolor.
Mi tiempo termina en tus labios, una comisura que se cierra en tu jardín, de una sonrisa apenas sostenida por la calma, no existen tus ojos en ningún lugar.
Mi atemporal rostro, bendito veneno, el que inunda tu inocencia, de ardiente y dulce mal.
Reaparezco entre las lágrimas de tus fantasmas visitando tu maldita noche.
Te convierten en una pintora de oleajes en el vacío, una poetisa de las nubes olvidadizas. Con hambre de oscura eternidad. Impregno de sonrisas el ataúd desmemoriado, con tu muerte segura.
Espera la visita de mi incardinado barco, hundiendo sus golpes de remo sobre tus calles ¿adivinas su ruta? Ese es mi juego hacia tu mirada ¡vénceme!
El mismo día en el que me diste amor, el mismo día en el que murió tu alma.
Amando los días de guerra, abrazando los lugares más alejados del vacío. Es ese cobijo que doy y al que llaman infierno ¡Estúpida libertad!
Rechaza las miserias que viven con tu despechado destino, pequeño y denigrado, rasgando oscuras vestimentas que tapan a la dama y a la muerte.
Es volver del infinito hasta la tierra hostil ¡oh niña ingenua! Te refugiarás bajo mis palabras, como adornos que decoran mi sombría figura, hojas caídas que tapan nuestro otoño, solo mis sombras.
Juntos nos refugiaremos bajo los estallidos de mi averno.
don dumas